dimarts, 7 d’octubre del 2025

EL PAISAJE DE MI INFANCIA

Mis primeros años de infancia huelen a sal y están envueltos en olas y castillos de arena.Vivíamos en un pueblo donde el mar estaba presente como una madre protectora que nos abrigaba en silencio y que veces se enojaba recordándonos la fragilidad de nuestras vidas.
La casa de mis abuelos,bajita y encalada,estaba al abrigo de las dunas,pegada al muro de piedra de una edificación un poco más alta que la gente del pueblo llamaba “el chalet de los alemanes” y que estaba rodeado de una pared alta y lisa con cristales que impedían su entrada.
En la casa había don diegos y margaritas,un patio empedrado con un pozo de bomba donde sacábamos el agua y una chimenea (que ahora llamaríamos barbacoa)donde se asaba pescado y pimientos. 
Al amanecer sólo se escuchaba el suave murmuro del agua del mar acariciando la arena,y a lo lejos el sonido de la bocina del camión que repartía bloques de hielo para las neveras.
Era un mar plateado y tranquilo que parecía adormecido en esa hora en que se desperezan las nubes y abren los ojos las gaviotas y que se agitaba por las tardes animado por el levante que soplaba suavecito. Desde muy pequeña,las mañanas de verano,me recuerdo en contínua insistencia para bajar con mi madre a la playa y poder jugar con las olas,rebozarme en la arena o recoger pequeñas conchas que guardaba en un cubo de plástico rojo.
Me atraía aquella inmensidad marina de agua clara que se acercaba en olas de espuma y se alejaba continuamente.Los niños y las niñas nos preparábamos inquietos para afrontarlas.Los más audaces preferían atravesarlas sumergiéndose en ellas; otros las saltábamos sin miedo, y los que veían en ellas un peligro insalvable quedaban abatidos y atropellados. No teníamos consciencia de la bravura del mar sino de las pequeñas olas que invadían la arena,y contra ellas era insistente nuentro infantil desafío. 
Pero siempre aparecía,a media distancia de nuestro pequeño horizonte marino una ola muy grande,adornada con una furiosa cresta de espuma que era recibida con gritos excitados.Entonces salíamos corriendo tomando conciencia de la bravura y la grandeza de aquel mar que hasta entonces se nos había mostrado tranquilo.Aquellas noches dormía cansada,con los labios salados y el cuerpo abrasado por el sol pero nunca vencido,esperando ansiosa la llegada del día siguiente.
Los días de tormenta el mar se mostraba como un monstruo insondable y yo entonces pensaba en los marineros que dedicaban todo su esfuerzo a esquivar esas olas, como uñas descarnadas, esperando el momento en que el mar se calmara para poder volver a navegar tranquilos.
Mi playa era una playa larga y las pequeñas barcas de madera de los pescadores descansaban ,al atardecer,tumbadas en la parta más alta de la arena,con sus nombres pintados de colores y las velas recogidas reposando en el fondo.En las dunas crecían silvestres unas plantas carnosas de flores blancas y rosadas que llamábamos “curatalls”, y que en castellano he sabido después que se llaman uñas de gato.Sobre la arena a menudo encontrábamos largos caminos de piedrecitas planas y pequeñas conchas blancas o anaranjadas que seleccionábamos para hacernos pulseras o colgantes.O pequeños lagos de agua marina que habían quedado atrapados después de bajar la marea.
Cuando paseábanos por la orilla se podían ver los tejados de las casas que se escondían tras las dunas formando una larga hilera.De algunas de ellas veíamos mecerse la ropa tendida en las cuerdas, de otras podíamos ver colgados los pulpos atravesados en cruz para que se secaran.Y a lo lejos,en los días muy claros ,se veía la montaña de El Montgó,como un dragón que penetraba en el agua.
Por la tardes me asomaba a través del cañizo de bambú que nos separaba de la playa y me quedaba quieta durante horas para ver a los pescadores de “rall”,que esperaban pacientes con el aparejo entre sus manos y lo lanzaban precisos como grandes paraguas abiertos para atrapar a las “llises”.
Me fascinaba oír a las gaviotas sobrevolando los remolinos de peces;formar pequeños montículos de arena mojada deslizándola entre mis dedos,excavar en la arena hasta que el agua apareciera y hacer caminos de conchas cerca de los pies de mi madre que siempre me observaba atenta.
Era un tiempo de sol,de felicidad ,de olor a sal y de aventura que se repetían a diario y que,en cambio,parecían cada día nuevos,como las piedras desgastadas y relucientes que aseguraban los cimientos del chalet de los alemanes.
Cuando se acercaba el final del verano empezaba a sentir un poco la ausencia prematura de lo que no ocurriría hasta el verano siguiente.Intentaba empaparme del olor a sal,del tacto suave de la espuma blanca,de los atardeceres anaranjados y guardaba las pulseras y los collares de conchas en el cubo de plástico.Recuerdo que recogíamos los periódicos donde mi abuela envolvía los pimientos asados,la balanza donde pesaba los tomates,las hamacas de tela a rayas azules y blancas,la carnera,la mesa de hierro forjado con la superficie de mosaico blanco que mi abuelo había hecho cuando era más joven.Mi padre cubría los colchones y las sillas de enea con grandes sábanas blancas,cerraba las ventanas y ponía el candado y la cadena en la puerta hasta el verano siguiente.
Algunos piensan que el mar sólo es un conjunto de olas sucesivas donde disfrutar en verano, igual que la vida se compone de años, días y horas.Para quieres consideramos el mar como algo vivo,protector y necesario ésta nos parece una definición muy sencilla y sesgada.Para mí el mar lo describió Llach de una manera preciosa definiéndola como “Mare mar”(madre mar) porque así es como lo siento.Me reconforta,me abriga,me rebela y me calma.
Desde la infancia aprendí que las pequeñas tragedias de cada día se componen de olas que se baten entre sí al lado de nuestra barca y que la vida consiste en sacar de cada una de ellas una victoria concreta sobre el dolor y un gozo sobre las que te regalan calma.Que todos somos viajeros y náufragos que vuelven siempre a la misma orilla,y que pesar de las mareas y embates, que a veces nos pueden llevar lejos ,yo siempre tengo un lugar mágico donde se asientan mis verdades,donde todos los colores del mar me abrigan y donde quiero volver cuando me pierdo.